Y de nuevo encontré mi corazón

Ayer por la mañana iba saliendo de clases e iba a la fotocopiadora para luego regresar a mi casa. En eso, me encuentro a unos amigos y me dicen: “Gero, vamos para Apaneca a ver lo de las fresas. ¿Querés ir?”. Luego de revisar mentalmente, y por unos segundos, mi apretada agenda contesté: “¡Vaya!”. Así qué nos dirigimos a Apaneca, en un micro de la U, a ver lo de un proyecto de fresas en el que mis amigos están trabajando. Luego les cuento de la charla que nos dieron y les muestro algunas fotos. Estuvo muy interesante.

Después de ver los terrenos de cultivo y la pequeña charla, fuimos a almorzar. Lo interesante vino después: un amigo tiene su casa allá y nos invito a tomar café ahí. Luego de algunas vueltas llegamos.

De entrada se podía sentir el típico olor de casa vieja, pero ese olor de casa vieja y viva: de tantas cosas que han pasado, de tantas vivencias, la casa tiene algo de vida en su interior. Para que tengan una idea de cuántos años tiene: la casa perteneció al los bisabuelos de mi amigo.

Las paredes de barro, reforzadas con malla y madera, además del techo ,también de madera, le daban frescura al lugar. El suelo de loza antigua y suave. La luz de la casa era la necesaria. Se sentía una calidez bárbara.

Después de algunas fotos en el jardín con los amigos, nos tomamos un café, café del rico, de “altura”. Luego me fui a sentar a una salita llena de cosas antiguas, de recuerdos, de vida. Ahí me quede un buen rato, sólo y me sentí cómo si ya antes hubiera estado ahí, cómo si una parte de mi regresará a su hogar. Entonces, sucedió: sentí mi corazón latir de nuevo en mi pecho.

No sé cuánto tiempo pasó después de eso, pero de más esta decir que fui el ultimo en salir.

Saludos, Gero ha vuelto a la vida.