31 de julio de 2011

Lo que aprendés después del adiós

Siempre trato de aprender algo, aunque sea una cosa, de las personas; eso me ayuda a descubrir que no hay nadie completamente malo. En poquísimas ocasiones me ha pasado que aprendo o descubro algo después que el tiempo ha pasado y ya no puedo estar al lado de alguien. Eso me pasó con mi abuelito. Hoy, hace exactamente un año, falleció.
El tiempo ha sido bondadoso y no ha permitido que borremos su memoria, al contrario. Lo recuerdo jovial, con bromitas inocentes. En este año he deambulado por su casa en diferentes ocasiones, sin encontrar un sólo libro de su propiedad. He aprendido que los libros o los estudios no dan la felicidad, sino que hay que encontrar algo que nos guste y hacerlo bien. No digo que no hay que prepararse, sino que no debemos fundamentar nuestra felicidad en lo que sabemos.
¿Saben algo? Fui la última persona que llevó a mi abuelo a una iglesia. Fue el día del padre del año pasado, algunos días después su salud comenzó a decaer. Recuerdo que llegué 10 minutos después de la hora pactada, y él ya llevaba un buen rato esperándome. Era curioso como, a pesar de no tener nada qué hacer, se levantaba siempre a las 5 a.m. Ahora lo veo como un corredor listo para una competencia en la línea de salida: simplemente no se aguanta por salir.
Mi abuelito pasó una semana en el hospital luchando por su vida. Lo hizo siempre, desde pequeño; y lo siguió haciendo hasta el último día. Una semana, a su edad. Una semana, con un cuadro complicadisímo. Exactamente una semana desde que se puso mal y lo llevaron al hospital, hasta los momentos en que, rodado por médicos, respiró por ultima vez.
Fue una persona honrada, estricta, padre responsable, algo querendón (como él mismo lo dijo una vez), devoto e ingenioso en toda la amplitud de la palabra. Tengo algunas cosas de él, por herencia; las tendré, por lo que pueda ir desenterrando en el tiempo.
*Es curioso como trabaja la nostalgia: el viernes por la noche me invadió una tristeza tremenda, sin aparente explicación. Culpe al clima. Sin embargo, ayer, sábado, seguía igual, hasta la tarde en que unas lágrimas se me escaparon y ¡pum! caí en la cuenta...

30 de julio de 2011

El vendedor de sueños

'Venga, pase adelante, le tengo variedad de sueños' - decía un hombre mayor delgado en una venta de garage. Aunque estaba en mi ruta diaria, jamás había visto a aquel hombre.
Movido por la curiosidad, decidí entrar. Adentro pude ver cantidad de sueños, dispuestos en cajas de cartón colocadas en estantes de metal.
'¿Qué es esto' - pregunté señalando el montón de cajas. 
Estos - me dijo el hombre - son todos los sueños que acumulé durante toda mi vida. Ya no los necesito, a mi edad sería imposible siquiera pensar en alcanzar alguno de ellos.
Me explicó que los sueños estaban ordenados por áreas: laborales en una pequeña caja, familiares en un par, ideas varias regadas en cajas de diferentes tamaños. Sin embargo, llamó fuertemente mi atención que la mayor cantidad de cajas eran las que contenían sueños de amor. Revisé algunas cajas y puede encontrar discos, libros, poemas escritos en servilletas de papel. 'Todos son de una sola persona'- me dijo al hombre al verme interesado en esas cajas. 'Ha pasado ya bastante tiempo desde entonces, ya ni recuerdo su nombre'.
Decidí comprar un pequeño cuento escrito a mano en una hoja amarillenta; sin embargo, en el momento que comencé a leerlo, sentí una fuerte presión en el pecho. Era horrible. Escuché de la nada un risa dulce. Sentí una caricia en mi mano. Un vacío dentro de mi. Un sentimiento de incompletibilidad, si es que existe tal cosa. Fue una sensación extraña, insoportable tampoco quería dejarla...
Al fin, las palabras del hombre lograron sacarme de mi estado. 'Eso es justo lo que yo siento a cada momento'. Lágrimas rodaron por sus ojos arrugados. Yo no pude más y, dejando el cuento en cualquier lado, salí corriendo del lugar. 
Mientras iba caminando regresé a la normalidad poco a poco. Sin embargo, no podía sacar de mi cabeza aquel pequeño cuento: 'Venga, pase adelante, le tengo variedad de sueños' - decía un hombre mayor delgado...

19 de julio de 2011

Saber que existís

Saber que existís, que no sos un invento de mi esperanza.
Que respirás el mismo aire que yo y que sufrimos las mismas cosas.

Saber que existís, que existimos.
Que no vivís en algún universo paralelo donde la ley de la gravedad fue abolida hace ya tiempo.

Saber que existís y que tengo la capacidad de provocarte una sonrisa.
Que mi felicidad es directamente proporcional a la tuya y que, una lágrima nacida en tus ojos, terminará rodando en mi mejía.

Saber que existís y que no somos el uno para el otro.
Que no estamos amarrados por el destino, que nos podemos decir lo que queramos y, aún así, ser felices.

13 de julio de 2011

Recordando a Facundo

A diferencia de muchas personas, entre ellos escritores, no puedo recordar mi infancia al detalle. Siempre he admirado como muchos relatan cosa por cosa, palabra por palabra, como su fuera algo que acaban de vivir o, incluso, que están viviendo.
En mi caso particular, los recuerdos de mi infancia están compuestos por fragmentos diversos, pequeños fragmentos de historia o imágenes que apenas pueden hilarse o ubicar en el tiempo. Uno de estos pedazos es de algún domingo (o algunos, no sé) escuchando canciones de Facundo Cabral. Es curioso como al examinar mis primitivos conceptos de paz y justicia me encuentro con que en su mayoría tuvieron su origen en aquel día (o en aquellos, sigo sin saber).
Facundo y Mercedes Sosa han sido, desde mis años de inocencia infantil mis referentes musicales. Ahora, ambos se han ido. Creo que pueden imaginar la tristeza que eso causa.
Les dejo una de mis canciones favoritas, una que me recuerda tantas cosas.