Siempre trato de aprender algo, aunque sea una cosa, de las personas; eso me ayuda a descubrir que no hay nadie completamente malo. En poquísimas ocasiones me ha pasado que aprendo o descubro algo después que el tiempo ha pasado y ya no puedo estar al lado de alguien. Eso me pasó con mi abuelito. Hoy, hace exactamente un año, falleció.
El tiempo ha sido bondadoso y no ha permitido que borremos su memoria, al contrario. Lo recuerdo jovial, con bromitas inocentes. En este año he deambulado por su casa en diferentes ocasiones, sin encontrar un sólo libro de su propiedad. He aprendido que los libros o los estudios no dan la felicidad, sino que hay que encontrar algo que nos guste y hacerlo bien. No digo que no hay que prepararse, sino que no debemos fundamentar nuestra felicidad en lo que sabemos.
¿Saben algo? Fui la última persona que llevó a mi abuelo a una iglesia. Fue el día del padre del año pasado, algunos días después su salud comenzó a decaer. Recuerdo que llegué 10 minutos después de la hora pactada, y él ya llevaba un buen rato esperándome. Era curioso como, a pesar de no tener nada qué hacer, se levantaba siempre a las 5 a.m. Ahora lo veo como un corredor listo para una competencia en la línea de salida: simplemente no se aguanta por salir.
Mi abuelito pasó una semana en el hospital luchando por su vida. Lo hizo siempre, desde pequeño; y lo siguió haciendo hasta el último día. Una semana, a su edad. Una semana, con un cuadro complicadisímo. Exactamente una semana desde que se puso mal y lo llevaron al hospital, hasta los momentos en que, rodado por médicos, respiró por ultima vez.
Fue una persona honrada, estricta, padre responsable, algo querendón (como él mismo lo dijo una vez), devoto e ingenioso en toda la amplitud de la palabra. Tengo algunas cosas de él, por herencia; las tendré, por lo que pueda ir desenterrando en el tiempo.
*Es curioso como trabaja la nostalgia: el viernes por la noche me invadió una tristeza tremenda, sin aparente explicación. Culpe al clima. Sin embargo, ayer, sábado, seguía igual, hasta la tarde en que unas lágrimas se me escaparon y ¡pum! caí en la cuenta...
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