28 de octubre de 2010

La casa de mis abuelos

Si UD es observador y visitante frecuente de este espacio, probablemente notó que durante este mes del niño han habido diversas entradas dedicadas a ellos, a esos locos bajitos. El día de hoy quisiera cerrar con una entrada bastante significativa para mi, pues involucra a mi abuelo. Como lo decía en el post anterior, existen en nuestras memorias recuerdos random que se han apoderado de algún lugar aquí adentro. Quizás sean personas, hechos o lugares. El de ahora es un lugar, la casa donde creció mi madre y mis tíos, la casa ahora descuidada por el paso de los años, la casa de mis abuelos.
Fue construida de a poco, rodeada por árboles y de vistas, detalles que están ahí formando parte de algo más que ladrillos, cemento y pintura. Me recuerdo correteando de un lado a otro, saludar a mi abuelo, correr por la orilla de la pequeña piscina, ver algún partido de domingo y comer, sobre todo comer.
Desde el techo, con buenos ojos, se puede ver hasta el Centro, Catedral y un poco más allá.
Cuando regreso a ella, quiero y no quiero. Está tan llena de ecos, de telarañas, de cosas que se quedaron sin dueño, pero sobre todo esta llena de recuerdos y, lo triste, de recuerdos felices que ya no volverán.

26 de octubre de 2010

El baúl de los recuerdos random

Los adultos, por lo general, tendemos a guardar más fácilmente recuerdos relacionados a nuestra realización. Recordamos claramente el momento en que recibimos algún título, cuando obtuvimos nuestra licencia o el primer empleo.
Los niños, por su parte, tienden a recordar las cosas de manera totalmente random. No recuerdan tan claramente cuando aprendieron a 'andar' en bicicleta pero si la peor caída que se dieron al andar en ella.
Por mi parte hay un recuerdo que habita con intensidad en mi memoria sin motivo alguno en especial, hasta donde llega mi conciencia. Tendría unos nueve o diez años e iba a cuarto grado. La maestra nos llevaba en fila india a nuestra clase de Educación Física. En el camino nos encontramos a una niña sentada en unas gradas. Su pelo negro y liso hasta la base del cuello. Su piel blanca y sus ojos grises. Mi maestra la saludo con calidez. Segundos después continuamos nuestro camino hasta las canchas. Por un desafortunado incidente, minutos después iba yo encaminado, con el codo herido, hacia la enfermería del colegio. Ya acostado en la cama del lugar escuché que tocaron la puerta y, al abrirse, pude ver a la niña de los ojos grises que me traía un recado de mi maestra. No me acuerdo para nada cual era el recado, soy sincero. Luego recuerdo haberme quedado dormido... o algo por el estilo porque ya no hay nada más de aquel episodio.
Es curioso lo que uno encuentra escarbando en el baúl de los recuerdos de la infancia, en serio que sí. Y ustedes, ¿qué recuerdo random me cuentan?

11 de octubre de 2010

Mi mejor año como futbolista

Desde siempre me ha gustado el fútbol. Por desgracia, no nací con la 'habilidad'. Los primeros recuerdos que tengo son de allá por tercer grado cuando, a base de perseverancia, me convertí en portero. Con humildad debo decir que no era tan malo bajo los tres palos. De hecho, "los grandes" me seleccionaban para jugar con ellos en esos partiditos de recreo. Por desgracia me cambiaron de colegio: un lugar mas grande pero sin cultura futbolística a flor de piel. Esos años me las pase jugando como defensa, pero fue hasta octavo-noveno que me convertí en uno decente. Aunque lo mejor sucedió cuando nos dio por jugar durante los recreo en la modalidad de "torneíto": equipos pequeños jugando por eliminación al gol. Debido a lo reducido de los equipos nos tocaba jugar con, y en, todas las posiciones (#sinalbur). Fue ahí donde exploté como jugador de enganche, un habilitador. 
Donde yo estudiaba habían torneos entre grados, una vez por año. Ganar un torneo de estos era una de las mayores alegrías que puedan imaginarse. Lo malo es que no eran muchos partidos, apenas unos 6, por ahí. Nunca había sido titular en esos torneos, siempre entraba de cambio y a estorbar. Pero, debido a la mejora de mi nivel, en mi primero año de bachillerato me convertí en una alternativa de confianza, aunque sin sobresalir. Gracias a ello, ya no sólo habilitaba, también marcaba bastantes goles, pero sólo en los torneítos de recreo. Esto no pasó desapercibido y me pusieron en una posición más libre al llegar a segundo año de bachillerato. Además, como compañero de ataque, colocaron a mi amigo René, con quien jugábamos de memoria. Esto permitió que aquel año se convirtiera en mi mejor año como futbolista, marcando dos goles.
Y es que jamás había logrado marcar uno. 
Uno de ellos, el segundo, fue a base de desesperar al portero de llegada en llegada. El primero fue genial: perdíamos por un gol, iba la mitad del primer tiempo. En eso, me tiran una pelota que me llegó sobre la linea del fuera de juego. Una vez tuve la pelota en mis pies todo fue instinto. Me escape con un corrida como quien corre por su vida. Llego a la meta tirado por la derecha. Sigo corriendo, esperando ver el ángulo de tiro, ese espacio por donde pasaría la pelota, pues el portero me tapaba. En eso lo vi. Y el disparo cruzado. Y gol.
Fue un gol bonito que abrió la senda del triunfo, con un 6-1 final.
Aquel año no ganamos el torneo, para variar; sin embargo, fue bonito jugar con mis compañeros y amigos de esa forma. 
¡Ah! Y aún puedo ver el momento justo en que el portero se mueve y logro divisar el espacio por donde la pelota rodaría hasta las redes.

7 de octubre de 2010

Diógenes frente al espejo

Fue una mañana, muy temprano. Como todos los días, yo registraba la basura de las casas de una colonia de gente adinerada. En esas bolsas era posible encontrar los mejores desperdicios. De pronto, al levantar la vista frente a una de las casas, me vi a mí mismo. Ahí estaba yo, con un traje, corbata y zapatos lustrados. El auto, brilloso color dorado. Logré ver dos niños pequeños y una mujer elegante, sonriente. Supe que, metido en aquel traje, también podía verme al otro lado, en la acera, con la cara poblada de barba, arrugas y cicatrices. Los ojos cansados, hundidos, y en la mano un saco con latas y otros cacharros.
Seguí mi camino, registré algunas bolsas más y me fui a una vieja construcción de un túnel, a recostarme dentro de unos de los enormes tubos de concreto. Pasé el resto del día y la noche allí.
Por la mañana, me despertó el ruido de unos pasos. De nuevo me vi, ya no con el traje elegante del día anterior pero siempre con ropa bastante pulcra. Puede verme a mi mismo acercarme al tonel, agacharse y preguntar con voz seca pero suplicante "¿qué es lo que quieres?", y agregó: "Lo que me pidas te daré". Y respondí con la misma voz seca, pero no suplicante: "Sólo te pediré que te apartes un poco que me tapas el sol".Y cerré los ojos. No era la respuesta esperada: pude escuchar mis pasos salir apresurados.

Algunos días después pasé de nuevo por la casa donde me había visto a mi mismo. Había mucho movimiento, ambulancias, policías y la mujer aquella elegante, ahora gritando. Era yo, acababa de morir.
Esa misma noche, avisado por los rumores, me acerqué a la funeraria donde me velaban. Había mucha y nadie notó mi presencia mientras me acercaba al ataúd. Me paré frente a la enorme caja dorada y pude ver mi doble imagen, gracias al espejo. Me quedé observándome un buen rato y de pronto, sonreí.

4 de octubre de 2010

Una reflexión en el mes del niño

En la viña del Señor uno escucha historia tras historia. Una de las más recientes y que me ha indignado mucho es la del pequeño "Juan" (nombre ficticio). Nació sin ser deseado. Sus padres se casaron pero al poco tiempo, por incompatibilidad de caracteres, se separaron. Ahora vive con su mamá, en la casa de sus abuelos. Y tiene ya casi 4 años. ¿Lo triste? Él no es, y nunca ha sido, prioridad para su madre ni para nadie en la casa donde vive. Le dan de comer sólo cuando ellos comen y su madre pasa más tiempo en el gimnasio que con él. Este año el pequeño Juan debió haber comenzado el kinder, sin embargo su madre no quiso ponerlo porque dijo que no tenía tiempo estando, en aquel momento, desempleada. Encima viven en una zona donde hay centros educativos para todos los gustos y colores. Únicamente pondría al niño a estudiar si el padre se comprometía a ir a traerlo todos los días, cosa imposible ya que a él le toca viajar muy seguido y por varios días hasta San Miguel. Sin embargo, y a mi forma de ver, su padre es la única persona que se sí se preocupa por él. Le compra ropa y comida, se lo lleva para su casa y le dedica todo el tiempo posible. Al regresar de San Miguel se va a verlo, sin importar la hora y sin contar con un vehículo. Todo esto a pesar de no ganar mucho y ser alcohólico (frente al niño jamás toma, eso sí).
Realmente me da tristeza el pobre Juan. Creo que, como él, hay muchos niños abandonados de diversas formas. Me pongo a pensar en un el caso que relataba MyGenius en el Twitter hace algunos días sobre un niño de 14 años, que debería estar en octavo grado y apenas iba a cuarto y que no sabía cuestiones tan básicas como el nombre del satélite natural de La Tierra.
Realmente es lamentable y no entiendo como hay gente capaz de permitir estas cosas...
Saludos.