31 de agosto de 2011

En el supermercado bloguero

Ya no leo blogs como lo hacía hace dos años. Cuando hay tiempo me asomo por alguno u otro, pero no comento a menos que en serio sea un tema que me llame la atención y que considere que mi opinión ayude en algo. Sin embargo, me creo con el conocimiento suficiente de la blogosfera nacional como para compararla a un enorme supermercado, donde uno puede encontrar cada cosa, como si cada blog pueda ser un pasillo o un producto específico. La calidad en los mismos es variable.
Imaginen que entran a uno de estos supermercados llenos de variedad y saben muy bien lo que buscan. Primero quieren algo que les haga reflexionar sobre distintos aspectos de las realidad social. Detalles que damos por sentado, pero para los que hay que profundizar más. Sé exactamente que blog visitar.
Luego, sucede que deciden adquirir un mismo tipo de producto, pero de diferentes marcas y/ presentaciones. La calidad, eso sí, debe ser buena. No lo recomiendo por estar yo ahí, sino por las personas que están ahí. Un blog de distintas perspectivas, con un mismo objetivo.
De pronto se les antoja algo cotidiano pero bien hecho. Y es un blog lleno de colores, con el que puedan identificarse.
En eso, recuerdan lo último que habían pensado para su lista, cuando de pronto algo los detiene, "accidentalmente" ven ese blog que necesitan, uno que habla de cosas de la vida, recuerdos pasados y presentes (los recuerdos presentes son una gran cosa). Y se dan una pasadita por este enorme pasillo.
Ahora sí, buscan eso último que entraron a buscar pero no por ser lo ultimo es menos importante. Algo que los haga soñar y no querer despertar, con una sonrisa hacia el futuro. Sí, es ese blog que no necesito linkear pero por el que les recomiendo darse más de una vuelta...

30 de agosto de 2011

Soy la imaginacion de alguien

Soy la imaginación de alguien. Un día un hombre hizo algunos trazos de un rostro sobre una servilleta mientras almorzaba y eso se convirtió en mi cara. Otro día, una mujer embarazada, pensaba en como llamaría a su hijo, desechó algunos nombres y uno de ellos se convirtieron en el mío. Llegué al mundo sin llegar, existí de una forma inexistente.
Un niño de una caricatura jugaba al fútbol y eso convirtió en mi infancia. Crecí con pelotas que no rodaban pero con las que se podía marcar un gol desde cualquier lugar del planeta.
Años más tarde un joven salía a recorrer el mundo, pensando en diversos caminos, tomó uno y descartó el resto. Uno de ellos fue el mío, y con él forjé mi vida, cantando en silencio, tocando guitarras sin cuerdas para los corazones sordos sin latidos.
Hombres frustrados tiraron al olvido una vida de sueños… sueños que hice míos, que construí en el aire, de la nada: construí una casa sin paredes y la habité sin estar nunca en ella. De esa forma dejé los caminos y guardé mi guitarra.
Sin embargo, descubrí que las personas poco a poco habían dejado de usar su imaginación y mi existencia corría peligro. Sentía que cada día me desvanecía o desparecía incluso por pequeños periodos de tiempo. Sentí que esos sueños de nadie que tenía guardados bajo la almohada se iban esfumando poco a poco. El aire se volvió grueso, algo casi sólido…
Fue entonces que decidí buscar de nuevo mi guitarra sin cuerdas y recordar aquellas canciones mudas. De nuevo canté por los caminos, haciendo latir los corazones ausentes de los pechos. Pero yo estaba condenado a la muerte… sin siquiera haber existido: nadie quería ya imaginar, correr el riesgo, soñar.
Regresé a mi casa ausente, como un condenado a muerte. Pasé horas de desvelo, sufriendo mis últimas horas alegres. Me sumergí, en un estado de depresión. De haber tenido un corazón real, éste se habría detenido en cualquier momento. Fue entonces que sucedió, que alguien en algún lugar pensó en un ser alimentando la imaginación del Mundo y de inmediato descartó la idea, para que yo pudiera hacerla mía. Imaginé entonces un hombre que recorrería los caminos escuchando a quienes, con una guitarra sin cuerdas en mano, cantarían en silencio para corazones sordos sin latidos, alimentando de esa forma su propia imaginación, para que yo pudiera seguir existiendo sin existir…

25 de agosto de 2011

¿Tenés Facebook? No

No tengo cuenta en Facebook. Tenía pero la cerré en septiembre del año pasado, luego de más de 3 años de tenerla. 
Fui de las primeras personas en el país en tener cuenta, pues me invitaron desde México, y recuerdo como fue su evolución, siempre conservando cierto estilo simple. Me gustaba "tener Facebook", lo consideraba un complemento a las amistades actuales o una continuación de amistades antiguas. Desgraciadamente, poco a poco se fue llenando, saturando. Aplicaciones sin utilidad o beneficio, pérdidas de tiempo, problemas, malos entendidos... no los sufrí mucho, pero tampoco me gustaba verlo. Y con eso comencé a pensar y valorar el tener una cuenta...
Por otro lado, escuché rumores que hablaban que la principal fuente financiera de la red era un conocido ultraderechista, no sé qué tan cierto sea eso, no importa. Lo que puedo asegurar es que mis razones para cerrar la cuenta tenían sus orígenes en las políticas. Nunca sentí segura mi información, a pesar de tener activas las opciones adecuadas para ello. Hice pruebas y siempre, de alguna forma, estaba expuesto. Pero hubo algo más, algo que aún ahora se mantiene y me sigue dando asco y cierto sentimiento de impotencia: la existencia de pornografía infantil en la red. Esto existe en otras redes, pero las políticas de Facebook no ayudan a erradicarlo. Están las denuncias, la presión de los denunciantes y de grupos, pero nada. Incluso sé de casos de personas en España a quienes les cerraron sus cuentas por presionar demasiado. Un asco.
No estoy armando ningún complot. Tampoco Facebook dejará de ser menos por la falta de mi cuenta que, lo confieso, me ha tocado reabrir muy brevemente en un par de ocasiones para rescatar información.
Sé que muchas personas son felices en esa red, incluso he conocido gente que "amarró por Facebook", y me alegro por ellos. Para mi fue difícil decirle adiós a tanta gente, amigos, conocidos y desconocidos. Simplemente trato de vivir acorde a mis pensamientos. De cualquier forma, ya saben donde encontrarme.

23 de agosto de 2011

El corazón


Después de mucho pensarlo decidí deshacerme de mi corazón. Había pasado por muchas situaciones dolorosas últimamente: tropiezos, golpes y traiciones. Lo mejor era buscar uno nuevo o simplemente vender el actual.
Hay un pequeño mercado a unas cuadras de aquí donde se pueden hacer ese tipo de cosas. La gente llega ahí y ofrece lo que tenga, buscando algo mejor para ellos o, simplemente, vender para cambiar de vida. Era común, por ejemplo, que llegara alguien a ofrecer algunos dedos, aunque no le ofrecían gran cosa por ellos. También llegan con cierta frecuencia personas a vender su cerebro exigiendo, eso sí, que se le pagara por anticipado. Luego les era fácil ingresar al mundo de la política.
Así que una mañana me dirigí al pequeño mercado. Aún no tenía muy claro si venderlo por algunas monedas o simplemente cambiarlo por alguno en mejores condiciones. Sin embargo, fue inútil: pasé casi tres horas preguntando en todos los puestos y no tenían nada que me interesara. Me ofrecían muy poco, a mi forma de ver, por mi corazón y si querían cambiarlo, sólo tenían corazones en muy mal estado, quizás de algunos chicos emo.
Finalmente decidí dejar el mercado y probar suerte otro día; sin embargo, un hombre me llamó desde un pequeño local frente a la salida. Era un tipo, evidentemente, acabado por la vida. Usaba muletas por la falta de su pierna izquierda, un ojo de vidrio y una media barba. Escuché que quieres deshacerte de tu corazón, me preguntó. Le expliqué que aún no sabía qué hacer con él, que me vendría bien el dinero pero que un corazón en mejores condiciones sería atractivo para mí.
Mire, me dijo el hombre, yo no tengo dinero y los corazones se me han acabado, pero puedo ofrecerle algo que le podría gustar. En un primer momento pensé que me ofrecería un cerebro, pero pronto saco una caja preciosa que contrastaba con las ruinas en las que se encontraba el local. Al abrir la caja pude ver un aparato muy parecido a un reloj con todas sus agujas en movimiento, a excepción de una cuarta. El aparato quedaba perfecto en mi pecho.
El hombre me dijo que aquello era un sustituto de un corazón pero mejor, pues no permitía la entrada de sentimientos. Sin dudarlo hice trato con el hombre de la muleta.*
Aquella tarde salí de aquel local contento, sólo que no sabía que lo estaba. Veía la vida como antes, sólo que en matices grises.
Regresé a mi casa, a mi trabajo, a mi vida. Pero la vida tiene algo de maldad para cada uno de los que la viven: ojos negros como la noche, piel blanca como la luna y estrellas en cada palabra. Se llamaba Cynthia y era a la única persona a la que podía ver totalmente a colores.
La conocí en una cafetería cierta mañana, apenas unas semanas después de haberme deshecho de mí corazón. Claro, no sentía nada por ella, pero quería hacerlo: sonreír con ella mientras servía el café o entender esas canciones que tarareaba mientras se dirigía de un lado a otro de la cafetería atendiendo a los clientes. Tenía un olor a vainilla y le gustaba usar vestidos de colores alegres.
Pasé muchos años visitando la cafetería para verla, queriendo sentir algo por ella. No tenía sentimientos que me motivasen a hablar con ella más de lo requerido. Pero el tiempo pasa y no lo hace en vano: una noche fatídica, mientras cenaba, escuché que ella iba a casarse. Como era obvio, no sintió nada pues el aparato en su pecho seguía funcionando a la perfección. Pero algo me movió a dejar su comida y dirigirse hacia el pequeño mercado donde años atrás intercambié mi corazón. Ahí, frente a una de las salidas del mercado, aún estaba el local donde un hombre, con muletas y un ojo de vidrio, me había colocado en el pecho el aparato nefasto parecido a un reloj.
El lugar estaba abandono y parecía que había estado así por años. Me quedé sentado en la cuneta como esperando una respuesta, hasta que una anciana se acercó y se sentó a mi lado. Yo lo recuerdo, me dijo.
“Usted vino hace algunos años a cambiar su corazón, ¿verdad? Veo que el aparato que le pusieron ha funcionado perfectamente, su cara no ha envejecido mucho”, continuó la mujer. Curiosamente, algo en ella me inspiraba confianza y le conté lo que me había sucedido. Ella escuchó con atención sin mostrar sorpresa alguna. Cuando terminé, le mujer me dijo:
“El hombre al que usted le intercambió su corazón se fue de aquí meses después, quizás años. Antes de irme me entregó la llave de este local y me dijo que usted regresaría. Quítese la camisa, por favor”. Yo obedecí sin pensar mucho. Ella continuó, señalando el aparato de mi pecho: “Las primeras tres agujas controlan las dimensiones del espacio, pero la aguja sin movimiento es el tiempo. Con ella usted podrá viajar en el tiempo, a cambio de un sacrificio no voluntario. Usted ya imagina lo que tiene que hacer, yo ya cumplí. Lo que quiere sentir sólo podrá hacerlo con su corazón original, pero le advierto: pasará años tratando de recordarla”. Me entregó la llave del local y luego se fue.
Entré decido al local, con el dedo sobre la aguja inmóvil, dispuesto a dejarlo todo. Segundos después luces blancas salieron del viejo local y, luego, el silencio completo.
Así me senté a esperar, consciente del sacrificio que tendría que pagar; a esperar por un hombre que, después de mucho pensarlo, decidiría deshacerse de su corazón. Así me senté a esperar, acompañado únicamente por un ojo de vidrio y un par de muletas.
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Esta es una idea que tiene sus días. La dinámica consistía en iniciar un cuento y enviarlo a otros blogueros para que idearan un final. Además de mí, 3 blogueros más escribieron un final, los cuales inician desde el asterisco (*).
Por el momento han publicado KR, con Perderlo todo para ganar, y Walter, con Corazón original (Parte I).

18 de agosto de 2011

La chalateca

Me pasó por la cabeza que ya no me quería el día en que me echó de la casa. En realidad no sé si me echó,  simplemente encontré la puerta de la casa con otra cerradura y algunas de mis cosas en una caja. Aquel día decidí subir por el techo y entrar por la puerta del patio. Esa noche ella llegó muy tarde y no pude hablar con ella para preguntarle la razón del cambio de cerradura, pero asumí que había olvidado avisarme y darme copia de la llave.
Al día siguiente encontré una nueva cerradura y al querer entrar por la puerta del patio la encontré con tranca. Me quedé esperándola, sentado en el carro; sin embargo, como no regresaba, decidí irme a la casa de un amigo cercano.
Regresé nuevamente al siguiente día. Esta vez pude entrar por la puerta del patio. Encontré dentro de la casa una camisa casual que, asumo, me había comprado. Era usada y tenía labial en el cuello, además de un fuerte olor a Pino Silvestre. Lo que me pareció raro fue un recibo de una farmacia donde habían comprado preservativos el día anterior. Seguramente hubo alguna confusión. Lavé la camisa y resultó ser un par de tallas más grande de las que yo uso.
Me quedé dormido y, al despertar, no encontré las llaves del carro. Tampoco estaban ni ella ni la camisa que había dejado secando detrás de la refrigeradora. Me tocó irme en bus.
Al salir del trabajo esa misma tarde, en lugar de irme directamente a la casa, decidí pasar por su oficina. Me dijeron que se ya se había ido y me preguntaron si el precio al que estaba vendiendo mi carro era negociable. Aparentemente mi carro estaba en venta y yo no lo sabía.
Comencé a atar cabos: sí me había comprado una camisa usada y estaba vendiendo mi carro, además de tener tres meses sin hablarme, la única explicación era que teníamos problemas económicos y, en su buen corazón, no había querido decirme nada. Decidí entonces preparar todos los documentos no sólo para que pudiera vender mi carro con total libertad, sino que también pasé la casa a su nombre. Vendí mis corbatas en los buses, y así le dejé todos los documentos y algo de dinero.
De eso han pasado ya tres meses. Vendió mi carro, la casa y algunas otras cosas más que eran mías. Un día simplemente encontré el resto de mis cosas en la entrada de la que solía ser nuestro hogar. Me fui entonces a vivir a casa de un amigo.
Ella, en su tristeza, no me dio ninguna explicación. Asumo que su corazón tan lindo necesitaba descanso después de tantas penas, pues por el Facebook me enteré que se había ido a Las Bahamas con un hombre que, según recuerdo, me lo presentó como su primo el día de nuestra boda. La familia siempre apoya en momentos difíciles como aquel que pasamos.

13 de agosto de 2011

Ódiame

Quiero pedirte que me odies.
Que no soportés el sólo recuerdo de mi nombre, de mis palabras, de lo que nunca dije o alcancé a decir.
Que sintás asco de aquella canción que escuchamos la noche en que sólo fuimos vos y yo.
Que borrés de tu recuerdo el final de aquella película en el que el bueno acaba junto con la chica y son felices.

Quiero dejar de existir para vos.
Ser sólo un recuerdo de esos que es preferible olvidar.
Borrá mi número de teléfono y la memoria de aquellas llamadas largas.
Tirá a la basura mis cartas o que ardan en el fuego.

Ódiame, mírame con desprecio.
No volvás a dirigirme la palabra  ni a leer otro poema de Neruda.
Que la Luna sea sólo un satélite de nuevo y las gotas de Lluvia, agua que cae del cielo.
Y el Mar... nada más eso, mar.

Ódiame, olvídate de mi, hazme ese último favor.
Sácame de tu vida porque yo, amor, no puedo.

11 de agosto de 2011

¿Por qué leemos?

Fui el primero de mi clase en comenzar a leer, desde entonces le he sentido buen gusto. Aún recuerdo el primer libro que leí, "El mono imitamonos". De vez en cuando me lo encuentro al ordenar mis cosas.
Conforme pasaron los años seguí leyendo bastante, incluso hubo una época que cada vienes iba a la biblioteca del colegio y prestaba un libro. Eran libros de todo tipo, como "El bandido Saltodemata" o Heidi. A los doce años leí los mejores libros de toda mi vida, los cuales han tenido una repercusión tan profunda, en especial porque dos de ellos no eran para mi edad.
El primero, "El Principito". Lo leí en unos tres días, pero ha dejado huella en como voy viendo/ descubriendo el mundo. El otro, y fue el primero que leí del Gabo, "El coronel no tiene quien le escriba". Por aquellos días no era muy aficionado a las matemáticas, eran un dolor de cabeza. Fue entonces que encontré "El hombre que calculaba". Jamás me imaginé como cambiaría mi vida, sobre todo tomando en cuenta que ya casi soy ingeniero con cartón.
Gracias a un tío he logrado leer todo tipo de libros desde aquellos años, como por ejemplo: Hijos de nuestro barrio, La historia interminable, Del amor y otros demonios, Los versos satánicos... No puedo dejar de mencionar El cuarteto de Alejandría y un libro que me abrió la mente,  El mundo de Sofía.
Conforme fui avanzando en la U, por desgracia, fui perdiendo el hábito. De esos tiempo recuerdo Eva Luna, El diario del Che en Bolivia y Memorias de una Geisha.
Ahora estoy intentado retomar el hábito con un librito de narraciones de Borges. Aún tengo una deuda pendiente con la literatura nacional. En la lista de espera esta Un día en la vida.
Pero, al recordar todos estos años de lecturas, casi 20, me pregunto la razón que nos lleva a tomar un libro y, sin importar la velocidad, leerlo página a página. ¿Cómo logramos meternos en ese mundo (o mundos) y recrearlos en cada hoja leída? 
Algo nos atrae a un libro, en definitiva, quizá alguna recomendación, el titulo, el autor o incluso la tapa del mismo. Pero algo nos mueve a seguir leyendo, a sonreír cada vez que abrimos el libro y nos sumergimos en él. O a veces ni siquiera es una sonrisa... hay sufrimiento, dolor... toda una gama de sentimientos. 
¿Qué sera? ¿Me lo pueden ustedes decir?

9 de agosto de 2011

¿Por qué escribimos?

Comencé a escribir  algunas tonteras cuando tenía unos trece años, mi primer cuento lo terminé a los 18, este blog lo abrí hace casi cuatro años... llevo algún tiempo en este oficio, pero he comenzado a preguntarme qué me mueve a hacerlo, o mejor, qué nos mueve, porque somos muchos quienes nos dedicamos a ello.
Quitando la calidad de mi descuidada redacción, debo decir que me siento cómodo haciendo esto. Lo triste es cuando, por un motivo u otro, no lo puedo hacer. Se siente algo en el interior, algo que desea salir, convertirse letras, palabras, oraciones... Sospecho que ha de ser lo mismo que siente un pintor sin un lienzo.
Y el poder que tienen estas cosas es increíble. Tengo un par de cosas, ya terminadas, que no me atrevo a publicar. Llevan así más de un año. Una es una párrafo y la otra apenas una oración. Pero su peso no radica en su tamaño, sino en lo que que representan, en la fuerza que guardan. Cabe mencionar que las dos están dedicadas/ inspiradas en la misma persona.
Conozco gente que escribe para ser leídos, una cuestión en apariencia lógica. Pero, ¿qué sucede si nadie los lee? Simple, dejan de escribir. Al estar pendientes de sí otras personas nos leen, el oficio pierde su gracia, ya no escribimos para satisfacernos, sino para satisfacer a los demás.
Detonantes para escribir hay muchos y dependen de cada quien: en mi caso una mirada basta. Pero también sucede que ciertas cosas nos dejan en blanco: recuerdo hace un año, cuando murió mi abuelito, pasé algún tiempo sin escribir, y no es que no pudiera hacerlo, simplemente era demasiado.
Leí en algún lado que lo que nos motiva a escribir son los daimons, nuestros demonios: "Cuando vuestro daimon lleve el timón, no tratéis de pensar conscientemente. Id a la deriva, esperad y obedeced".Quizás por eso, cuando algo nos inspira, debemos escribirlo en el momento, aunque sea en una servilleta, para que no se pierda para siempre en el olvido eso que quiere salir a la luz. Sí, por lo visto los daimons son caprichosos y algo resentidos.
No sé en realidad qué motiva a escribir, hay tantas cosas, lo único que puedo aconsejarles es que cuando les asalte la inspiración, aprovechen para escribir sin pensar en los demás. Si luego no lo quieren mostrar a nadie, es decisión propia. Lo importante es que no dejen morir sus ideas.

7 de agosto de 2011

Olivia

Como todo el mundo, tengo secretos. Sin embargo, hay ciertas partes de mi vida que no conocen más de cuatro personas. Son cosas que ahora veo con otros ojos y ya me siento en la libertad de contarles por la necesidad de abrirme un poquito más.

Pues bien, desde pequeño siempre he sido muy callado y tranquilo, hasta el bachillerato cuando conocí a Olivia, un alma totalmente diferente a la mia: era alegre, le encantaba bailar y cantar a todo pulmón. Tenía un corazón rebelde, además de una gran habilidad para el dibujo. Era delgadita, de nariz fina y ojos redondos y curiosos. Cuando estábamos por iniciar la universidad, y contra todo pronóstico y consejo, ella eligió estudiar ingeniería industrial. Eso, cuando le conté que yo estudiaría ingeniería en Sistemas... Sí, estudié mi primer año en Sistemas y luego me pasé a Industrial, pero ese es un secreto que ya muchas personas conocen. 

Pero bueno... el primer ciclo nos fue bien, sin mucho esfuerzo pasamos todas las materias. En el segundo ciclo constantemente me tocaba ir a casa de Olivia a estudiar; pasábamos horas enteras hablando tonteras y luego, unos minutos de estudio. Nuestra amistad se hizo muy estrecha durante ese tiempo. Lo interesante sucedió cuando, en un proyecto de una materia humanística, nos enviaron a un municipio de Cuscatlán y, quiso el destino, que ese día se estuvieran celebrando bodas colectivas de parte de la Alcaldía. Sólo eran necesarios los documentos de identidad de la pareja y un testigo. Nos enteramos que, por la tarde, el señor Alcalde invitaría a los recién casados a un almuerzo. Con Olivia sólo nos quedamos viendo y, sin mediar palabra, decidimos casarnos ese día para ser invitados al almuerzo del señor alcalde. Teníamos todo, incluso al testigo: Miguelito, un amigo que hicimos en el primer ciclo y que siempre nos seguía la corriente.
En fin, nos casamos y la gente se nos quedaba viendo, extrañados, y mas de alguno miraba con atención a Olivia, quizás pensando que ella y yo eramos tres.

En los días siguientes nuestra relación se hizo cada vez más profunda, a tal punto que su padre, un militar de la vieja línea, decidió enviar a Olivia a Estados Unidos. El viejo sabía muy bien de mi pensamiento de izquierda y jamás simpaticé con él por ello. 
Como la madre de Olivia era norteamericana, no fue muy difícil conseguir todos los papeles para su viaje en apenas un par de semanas. Sin embargo, a nosotros nos tocó correr con el proceso de anulación del matrimonio. Fue ahí donde entró la cuarta persona en conocer sobre el asunto de la boda: Lorena, una vecina de Olivia que trabajaba en el Registro y a quien solíamos frecuentar para hablar de fútbol.

Olivia se fue y a las pocas semanas me escribió para contarme una noticia que, aunque propio de ella, me dejó en blanco: había conocido a alguien y había decido casarse "formalmente". No fue fácil para mi digerir la noticia y tomé la decisión de olvidarme por completo de ella. Un par de correos sin contestar y Olivia entendió el mensaje.

Pasaron desde entonces unos seis años, hasta hace unos meses que recibí un correo de Olivia. Tantos años no pasan en vano y no dude en contestarle. Hemos mantenido desde entonces una buena comunicación, escribiéndonos una vez al mes. Su esposo es un peruano que se dedica a conducir camiones. Olivia, por su parte, trabaja en una oficina de diseño de interiores, además de cuidar a sus dos hijos. No tiene pensado regresar al país, hay demasiados recuerdos aún frescos. Sin embargo, me ha prometido que vendrá el día en que yo me case... de nuevo. Incluso dice que traerá a sus hijos: Alejandro, el menor, un pequeño con habilidades para el dibujo con apenas dos años; y el mayor, un niño de seis años muy callado y que lleva mi nombre.