18 de agosto de 2011

La chalateca

Me pasó por la cabeza que ya no me quería el día en que me echó de la casa. En realidad no sé si me echó,  simplemente encontré la puerta de la casa con otra cerradura y algunas de mis cosas en una caja. Aquel día decidí subir por el techo y entrar por la puerta del patio. Esa noche ella llegó muy tarde y no pude hablar con ella para preguntarle la razón del cambio de cerradura, pero asumí que había olvidado avisarme y darme copia de la llave.
Al día siguiente encontré una nueva cerradura y al querer entrar por la puerta del patio la encontré con tranca. Me quedé esperándola, sentado en el carro; sin embargo, como no regresaba, decidí irme a la casa de un amigo cercano.
Regresé nuevamente al siguiente día. Esta vez pude entrar por la puerta del patio. Encontré dentro de la casa una camisa casual que, asumo, me había comprado. Era usada y tenía labial en el cuello, además de un fuerte olor a Pino Silvestre. Lo que me pareció raro fue un recibo de una farmacia donde habían comprado preservativos el día anterior. Seguramente hubo alguna confusión. Lavé la camisa y resultó ser un par de tallas más grande de las que yo uso.
Me quedé dormido y, al despertar, no encontré las llaves del carro. Tampoco estaban ni ella ni la camisa que había dejado secando detrás de la refrigeradora. Me tocó irme en bus.
Al salir del trabajo esa misma tarde, en lugar de irme directamente a la casa, decidí pasar por su oficina. Me dijeron que se ya se había ido y me preguntaron si el precio al que estaba vendiendo mi carro era negociable. Aparentemente mi carro estaba en venta y yo no lo sabía.
Comencé a atar cabos: sí me había comprado una camisa usada y estaba vendiendo mi carro, además de tener tres meses sin hablarme, la única explicación era que teníamos problemas económicos y, en su buen corazón, no había querido decirme nada. Decidí entonces preparar todos los documentos no sólo para que pudiera vender mi carro con total libertad, sino que también pasé la casa a su nombre. Vendí mis corbatas en los buses, y así le dejé todos los documentos y algo de dinero.
De eso han pasado ya tres meses. Vendió mi carro, la casa y algunas otras cosas más que eran mías. Un día simplemente encontré el resto de mis cosas en la entrada de la que solía ser nuestro hogar. Me fui entonces a vivir a casa de un amigo.
Ella, en su tristeza, no me dio ninguna explicación. Asumo que su corazón tan lindo necesitaba descanso después de tantas penas, pues por el Facebook me enteré que se había ido a Las Bahamas con un hombre que, según recuerdo, me lo presentó como su primo el día de nuestra boda. La familia siempre apoya en momentos difíciles como aquel que pasamos.

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