La política es una cuestión delicada. Si apoyás a un lado te comprometés de palabra y hecho, así sin vueltas. Lo yuca es que vos diste la cara por el fulano de corbata que sale en la tele con una bandera de fondo. Vos le buscastés lógica a sus planes para explicarles a la demás mara. ¿Y si las cosas salen mal de quien creés que van a hablar, aparte del fulano de la corbata? La ventaja que tiene aquel es que le caen bolas, a vos no. Es decir, vos sí te comprometisté de verdad.
Vistos los sucesos que todos conocemos en nuestro país, uno no deja de sentirse un tanto arrepentido de haber apoyado al tipo de la guayabera. Tranquiliza un poco el hecho de que el otro fulano con quien compitió por la presidencia quizás hubiera hecho peor las cosas. Sí, lo sé, sensación similar ha de sentir el tipo que se ha caído por un barranco y se encuentra de pronto una curita casi nueva.
En fin, todo esto lo obliga a cambiar a uno. A buscar algo que no lo convierta a uno en suicida. Y dado el escenario polarizado de nuestro país, la decisión es muy difícil.
Largas horas de meditación, de reflexión... de leer y no leer los diarios. De ver las cosas como si no fueran de tu país, así como obligándote a sentir las cosas como si fueran un dolor ajeno. De tratar de ver las noticieros locales como si fueran CNN pues.
Sólo así te das cuenta de muchas cosas que no querías ver, abrís los ojos. Entonces caes en la cuenta que sólo hay un camino. Y es que vos querés dormir de nuevo en paz, no sentirte culpable. Sí, vos querés echarle la culpa a otro.
Así que les informo: dejo mi forma de pensar de izquierda, me vuelvo un inocente de todo mal, libre de toda culpa. Me decido por ese grupo por el que los demás pelean porque tienen en sus manos el poder de las decisiones. Son quienes al final definen las balanzas y reciben la atención en la publicidad electoral. Ahora soy uno de ellos. Si, señoras y señores, soy un indeciso.
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