Llegué sin saber que encontraría. O mejor dicho, a quién encontraría.
La conocí al chocar con ella abriendo la puerta de un baño. Hablaba un español perfecto, fluido, como una lengua natal.
Platicamos más de dos horas frente a ese baño, sin movernos.
Esa misma tarde caminamos sin sentido, sin tema especifico de conversación. Hablamos de la vida como quienes tienen años de compartirla. Le conté mis sueños y mis temores. Ella lloró al contarme de su hermano fallecido. Yo reí al hablar de lo mucho que odiaba mi trabajo y a mi jefe.
Esa tarde Japón se nos hizo muy pequeño, deshabitado: sólo estaba ella y yo, los edificios enormes y el amor. Estuvimos hasta que el sol de Osaka se ocultó. Porque esa noche, en Japón, ella y yo nos convertimos en amantes.
Al día siguiente ella no amaneció en mis brazos. La busqué y no la encontré. Se había ido: sabía muy bien que los amantes que se conocen frente a una puerta, aunque sea la de un baño, están destinados a nunca estar juntos.
Desde entonces me detengo unos instantes antes de abrir una puerta recordando a los amantes de Japón.
2 leyeron y piden la palabra:
awww <3
Me gusto mucho, me gustan esos relatos donde puedo imaginar en mi cabeza la escena en videoclip, o en slow motion, es simplemente genial.
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