15 de agosto de 2008

AMNESIA POSTMORTEM (V)



Después de eso perdí el conocimiento. Más tarde desperté, con la cabeza adolorida, en una celda, justo cuando la reja se abría. Salí y vi a muchos hombres y mujeres que se dirigían a una misma dirección. Me acerqué a una mujer para preguntarle que estaba pasando, pero cuando estaba a punto hacerlo, no sentí en mi interior aquel sentimiento, aquella necesidad de fraternidad, de amistad, y me alejé de ella. Así que sólo seguí a los demás. En el camino pude notar que, a pesar de la cantidad de personas, nadie hablaba con los otros. Desde entonces me sentí realmente solo, y supongo que todos sienten lo mismo, pero tampoco nadie tiene el deseo o la necesidad de hablar con los otros ni mucho menos de hacer amigos. También note que todos tenían una cicatriz en medio de los ojos. Aquel fue mi primer día de trabajo, llevando piedras de un lado a otro, soportando empujones, el calor que casi te quema y el olor, que si no fuera porque ya estaba muerto, me hubiera matado.

Así pase mucho tiempo; no sé cuánto pues ni siquiera sabía cuándo era de día o de noche. Sólo sentía el cansancio en mi cuerpo. Si trabajaba bien no había premios, simplemente no me golpean tanto. Pero si no hacía lo que ellos querían, me llevaban a La Caldera, el lugar más caliente del Infierno. Allí ni siquiera podía ver mis pies, pues todo estaba cubierto de lava y fuego.

Pasé mucho tiempo caminando detrás del Thaurus hasta que llegamos frente a unas anchas escaleras, las cuales nos llevaron a una habitación de roca, donde el calor no era tan desesperante y hasta donde no llegaban los gritos y lamentos de los penitentes un poco más abajo.

En un extremo de la habitación había algunas sillas y frente a éstas, una secretaria en su escritorio. Era una mujer joven y delgada, su cabello negro y su piel blanca, sus ojos eran amables y de color miel. Parecía estar escribiendo una carta en una vieja máquina de escribir. Nos acercamos a ella y cuando estuvimos bastante cerca el Thaurus se detuvo y, dirigiéndose a la mujer, me señaló con un gruñido. Entonces ella le hizo una seña para que se retirara y tomó el teléfono; el Thaurus me quitó la cadena y se fue por donde habíamos entrado.

La mujer se quedó hablando por teléfono un largo rato en una lengua que yo desconocía. Después que colgó me dijo:

— Bienvenido, caballero. En estos momentos el jefe no puede atenderlo. Pero tome usted asiento y espérelo.

Me senté en una de las sillas y esperé largo rato examinando cada cosa en el escritorio frente a mí. Por un momento me quedé observando a la mujer, que seguía ocupada en la máquina de escribir. Me pareció tan llena de soledad. De pronto me recordó a alguien. Me sentí un poco emocionado y confundido, además de triste, pues por más que lo intente, no pude recordar…

No sé cuanto pasé allí esperando, pero de pronto la mujer me sacó de mis pensamientos.

— El señor Satán desea verlo ahora – dijo. Y me señalo una puerta de hierro a la cual yo no había prestado atención hasta el momento.

Yo me levanté de la silla, un poco nervioso, y camine hasta la puerta. El camino me pareció infinito y el tiempo eterno y cuando por fin llegué, me detuve, y miré a la mujer, quien amablemente me dijo, casi en un susurro: “Pase”.

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